Ajedrez callejero


En Montevideo, en la esquina de 18 de Julio y Convención, un grupo de viejos amigos se reúnen alrededor de una mesa junto al Kiosco Ferrari para jugar Ajedrez blitz (partidas de 3 a 5 minutos), algo que, como leeremos más adelante, es más que el simple hecho de jugar por diversión. Conozcamos más acerca de esta costumbre que tiene ya más de 30 años.

Me acerqué tímidamente con cámara en mano, era la única mujer hasta el momento, se les veía concentrados en el asunto, tomé coraje y comencé a sacar mis primeras fotos, ellos inmutables, con los ojos en la partida tanto quienes la jugaban como quienes observaban, mientras yo trataba de buscar las mejores expresiones y ángulos. Luego de varios minutos noté una cierta curiosidad hacia mi persona hasta que me acerqué a uno de ellos y me preguntó si venía por algún trabajo de facultad (ya estaban acostumbrados a eso), ese era “Carlitos” Ferrari, de unos 68 años, dueño del Kiosco y quien introdujo en estas calles el ajedrez blitz. Entablando una charla pude saber que participa gente de todas las edades, más hombres que mujeres y si bien atrae mucho más a adultos que a jóvenes, cualquiera es igualmente bienvenido a participar, solo debe dar un pequeño golpe en la mesa de juego y esperar su turno. Vienen muchos extranjeros que también conocen la popularidad del lugar, inclusive algunos expertos en la materia que no quieren perderse el disfrute de una partida rápida, y es que el Ajedrez Callejero del Kiosco Ferrari es tan popular que hasta tiene su propia cuenta en Facebook. Surgieron anécdotas y datos curiosos, como quedarse hasta las 3 de la madrugada jugando, lo que denota una gran pasión. Ellos están todos los días sin descanso, la mesa se despliega temprano y la gente llega, Carlitos me decía que en los últimos años han sido más o menos las mismas caras, si bien en 30 años hay todo un repertorio de personas, personalidades e historias. Con respecto al adulto mayor mi pregunta fue si se le tiene un cierto respeto o intimidación por todo lo que un anciano supone, a lo que él me contesto que no, que a todos se les trata por igual.

También tuve el gusto de charlar con Willy, ameno y jovial, uno de los personajes de esta gran familia. Siguiendo la línea de las anécdotas y cosas insólitas que pueden suceder en 30 largos años, me contó situaciones tales como un día de tormenta ¡jugando bajo lluvia! El techito del Kiosco no era de mucho resguardo y obviamente se empaparon, pero como dice el dicho: “sarna con gusto no pica” y la partida siguió. Dentro de lo insólito, un día como cualquier otro mientras disputaban una partida, de repente y abruptamente varios policías los rodean, alguien les había hecho una denuncia por juego clandestino, lo que ese alguien no sabía es que en el Ajedrez Callejero del Kiosco Ferrari se juega por diversión, no por dinero. Un mal rato que perfectamente se podría haber evitado. "Esto es como una familia", años de compañerismo, partidas, diversión y como en toda familia "hay gente que te cae mejor, y otros no tanto, muchas veces se han generado peleas subidas de tono", pero todo es parte de la adrenalina y el afán de ganar, aunque todos tienen bien en claro que lo esencial es pasar un rato divertido. Willy también me decía con respecto al significado de lo que ya es una tradición, que el venir a jugar ajedrez aquí es un escape de la vorágine y la rutina, si bien están jugando en plena avenida (nada más bullicioso e intranquilo), es frenar, sentarse a entretenerse, concentrarse y huir del caos de lo cotidiano aunque sea por un momento. Es una forma de conocer gente y socializar, "hay muchas personas que se sienten solas", aquí pueden compartir algo en común con el otro y entablar una relación que puede ir más allá de lo lúdico. 

Sin duda me quedaron muchas más historias y pensamientos por conocer, pero debía irme. Me quedo con la imagen de una gran familia que comparte una gran pasión, construida a través de la perseverancia, es una opción más que el adulto mayor tiene no solo para entretenerse, aprender y compartir, sino también para recibir y dar afecto, porque sin duda es más que bienvenido.









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